"Por primera vez desde que salió de la sala se estremeció, parecía que las losas del suelo le estaban helando los pies, como si se los quemaran. Ojalá no sea fiebre, pensó. No lo sería, sería sólo una fatiga infinita, unas ganas locas de envolverse a sí misma, los ojos, ah, sobre todo los ojos, vueltos hacia dentro, más, más, más, hasta poder alcanzar y observar el interior de su propio cerebro, allí donde la diferencia entre el ver y el no ver es invisible a simple vista". Ensayo sobre la ceguera, José Saramago.
La vida es misteriosa, llena de esas preguntas (que parecen tener eco) y que son huérfanas de nacimiento (sólo eso explica que las respuestas brillen por su ausencia)... Es como sí se escribieran nuestros días en un código no descifrado, que volteamos de atrás para adelante, sin adquirir ante nuestros ojos ningún sentido... Pero esos jeroglificos enigmáticos, sí que lo tienen (las paredes recogen sus mensajes, en silencio)... Mientras nosotros caminamos por inercia (tropezando por supuesto), llevando los ojos vendados.
Estamos bailando, eso es evidente (la música del des-concierto no se detiene)... Dando pasos con cierta gracia (quien sabe si por casualidad o tan sólo suerte) y muy a menudo pisándonos los pies... Dejándonos llevar, por una pieza que pareciendo eterna, en el momento más inesperado nos sorprende con una vuelta (igual a las demás pero diferente: la última)...
Y no se valen brincos, ni pataletas, la respuesta al acertijo no se adelantará ni un sólo segundo... A mí sólo me toca asegurarme, de a ese reloj, no dejar de darle cuerda (aunque en noches como la de hoy, no me deje dormir su tic-tac)...